Nido de Ratas

Alberto Diaz-Cayeros
10 min readDec 23, 2019

En estas fiestas, con un poco de tiempo libre, escribo con una modesta proposición. Recomiendo a los luchadores/as infatigables de la lucha contra la corrupción en México, que busquen un nido de ratas, y lo destruyan. La experiencia no es muy recomendable para todos los demás, pero les permitirá entender mejor la cruzada en que están embarcados. Ayer me tocó descubrir y eliminar un nido de ratas, en la pequeña bodega del jardín donde guardamos las luces de navidad. Un verdadero nido de ratas resulta tan ilustrativo para entender la manera cómo opera la corrupción, de por qué es tan destructiva a nuestra sociedad, y sobre qué se necesita ara combatirla. Nada sustituye la experiencia directa de combatir al enemigo no figurativamente, sino de carne, pelo, y hueso.

Debo decir que no me sorprendió encontrar el nido de ratas, como tampoco debería sorprenderse nadie de descubrir que funcionarios del gobierno mexicano, a todos los niveles, han aprendido a sobrevivir inmersos en redes de contubernio (público y privado) y franco desfalco de las arcas públicas. Estas redes no han desaparecido con la llegada de AMLO al poder o la 4T. Tampoco se eliminaron durante los 12 años de gobiernos PANistas, que históricamente habían prometido que cuando llegaran al poder las cosas serían distintas. Y aunque la percepción pública generalizada suele ser que todos los políticos mexicanos son igualmente corruptos, a mi no me cabe la menor duda que el PRI en el poder, antes de la transición, y durante su breve regreso con EPN y su supervivencia en los gobiernos de los estados, ha facilitado e instrumentado las eras de máxima corrupción en nuestro país.

Ratones (comiendo maiz y chile) en el Códice Florentino

El nido de ratas me hizo tan evidente el por qué enfrentamos tanta dificultad en México para generar un verdadero cambio cuando tratamos de destruir de una vez por todas esta gangrena. La mayor parte de los países de América Latina, desde Guatemala, pasando por Perú, hasta Brasil, han avanzando mucho más que México en generar cambios reales tanto en el repudio social e indignación ciudadana frente a la corrupción, así como con el uso de contralorías, sistemas judiciales y otros mecanismos (incluyendo la innovadora manera de aprovechar recursos de la comunidad internacional como la hoy desaparecida CICIG de Guatemala) para modificar estas prácticas tan generalizadas. El combate a la corrupción, es cierto, puede ser usado como una forma de vendetta política, pero en el balance creo que en casi toda América Latina se ha logrado mucho con los castigos ejemplares de funcionarios, empezando por los Presidentes mismos, y las sentencias de cárcel a empresarios cómplices, no obstante el riesgo real de persecución política y falsos positivos. Sin embargo, dos países, Argentina y México, parecen ser inmunes a la ola de transparencia. En ambos casos resulta particularmente útil pensar en el problema desde la perspectiva de un nido de ratas, para entender la peculiaridad del problema que se enfrenta cuando todo un sistema se basa en la corrupción. Las ratas han convivido con los seres humanos desde que surgió la agricultura en la revolución neolítica que llevo a los grupos humanos a la vida sedentaria que nos caracteriza hoy. Al acumular reservas de grano, invitamos a estos huéspedes no deseados.

Como la ha discutido de manera muy lúcida Miriam Golden en su excelente libro (con Ray Fisman) Corruption: What Everyone Needs to Know, el tema de la corrupción no es que los ciudadanos necesiten información que les permita verla. Los ciudadanos saben que hay corrupción en todos los ámbitos de su vida cotidiana, por lo que la ingenuidad de pensar que la corrupción se termina cuando se expone al público es una manera un tanto perversa (y poco efectiva) de solucionarla. A fin de cuentas es como si el problema existiera simplemente porque los ciudadanos no saben nada sobre la corrupción, o la solapan con su ignorancia. Es como decirme al descubrir el nido de ratas que en el fondo lo único que necesito para eliminarlo es saber que existe. El trabajo desagradable apenas empieza cuando se descubre el agravio. Golden ha demostrado que la manera como los servidores públicos dejan de usan los recursos estatales para fines privados es sólo cuando surge un nuevo equilibrio político en que en primer lugar, los empresarios están dispuestos a denunciar y rechazar la práctica de la corrupción, y en segundo lugar la sociedad como un todo tiene conocimiento común sobre las expectativas de comportamiento de todos, incluyéndose ellos mismos. Los ciudadanos tienen que saber, no que hay corrupción (ese conocimiento ya lo tienen, no son tontos), sino que los demás no estarán dispuestos a tolerarla. Para regresar al nido de ratas, el problema no es saber que existe un nido de ratas, sino estar dispuesto a no tolerar la posibilidad de que tal espacio de reproducción exista en absoluto dentro de nuestros hogares y nuestros graneros. Necesitamos deshacernos de las ratas merodeadoras, que podrían poner un nuevo nido en cualquier momento; así como de los materiales con los cuales construyen sus refugios.

En la película Bleu, de Krzysztof Kieslowski, que volví a ver hace unas semanas, hay una escena muy sugestiva que me impresionó, y había olvidado. La protagonista Julie, la bellísima Juliette Binoche, se encuentra un nido de ratas, con crías y todo, en un closet del apartamento donde intenta rehacer su vida, después de la trágica muerte de su esposo y su hija en un accidente automovilístico. No se atreve a hacer nada, sino que busca a su agente de bienes raíces pidiéndole un cambio de departamento. Es como cuando en México quisiéramos simplemente cambiar el país (llegar a Dinamarca) para resolver el problema de la corrupción. En realidad limpiar un nido de ratas es una de las experiencias más desagradables que hay. Además los animales, no obstante el desagrado y asco que nos causan, son finalmente muy parecidos a nosotros: aunque otra especie completamente, las madres amamantan a sus pequeños, y buscan proteger el futuro de su progenie. Ese instinto maternal es probablemente la razón por la que Julie no puede destruir el nido, y buscan en cambio la ayuda del gato de su vecina,

Destruir un nido de ratas toma valor y hasta condición física. Pero antes hay que explicar cómo surge ese el espacio para la comunidad de roedores. La invasión es gradual, pero lo más importante de todo es que se tiene que entender que los signos están presentes desde el principio. Las inconfundibles cacas de rata aparecen aquí y allá en algunos rincones de la bodega. Uno piensa en sus adentros, claro, seguro quieren entrar, pero no creo que lo logren pues siempre he dejado la puerta cerrada. Unas semanas después uno percibe que las ratas siguen entrando, y como no soy un asesino desalmado de animales, encuentro en la tlapalería que venden una solución absolutamente aceptable para alguien como yo que no quiere hacer daño: compro un bote de excremento de víbora, que se coloca en pequeños platitos en zonas estratégicas. Me dicen que eso será suficiente para que las ratas huyan, al saber que existe un riesgo real de que pierdan la vida si siguen merodeando en mi territorio. Pero después de varias semanas hay cada vez más cacas de rata desperdigadas aquí y allá, signo inequívoco de que el efecto de disuasión no ha funcionado. En el combate a la corrupción buena parte de los esfuerzos se van en esto mismo. Analizar los rastros de cacas que inequívocamente señalan la presencia, aunque no se observe directamente el acto o el perpetrador. Buscar que los incentivos sean los correctos con la puerta cerrada y señalando grandes penas a quien ose cometer estos actos. Pero poco a poco, sin darnos cuenta, la presencia es cada vez más presente, cuando notamos un tufo característico que sólo puede ser porque las ratas ya han encontrado un hogar. Pero cuando uno revisa superficialmente la bodega, todo parece estar en orden: la vieja maleta, el equipo de campamento, las luces de navidad, las cajas de trastos olvidados, todo sigue ahi como se fue acumulando, y no hay señal evidente (fuera del intenso tufo que nuestra nariz prefiere ignorar, después de unos minutos de exposición) de que ya estamos invadidos, y hemos dejado que el espacio sea invadido irremediablemente.

Destruir el nido es toda una proeza. Hay que ir retirando cuidadosamente todas las cajas, bolsas, cacharros y artículos olvidados. Se tiene que lavar y tallar todo lo que se puede rescatar. Tirar a la basura los restos de cartones, los cables roídos, los papeles inservibles. Todo esto rodeado del olor cada vez más penetrante, por supuesto que hay cada vez más cacas, y orines que ahora se encuentran por todas partes. Las ratas no respetan ningún material, por lo que va uno descubriendo que de todas las cosas guardadas, ahora la mayoría son inservibles, pues fueron roídas en las esquinas, en las correas o porque se ubicaban como lugares de tránsito en la ruta de las ratas hacia su nido: además de los focos de navidad, un chaleco salvavidas, una tienda de campaña, la tabla de boogie board, la maleta para cargar perros en el avión, todo se ha vuelto inservible. Cuando finalmente llegamos al nido, se encuentra la acumulación de materiales que fueron usados para protegerlo, el cartón triturado para hacer una cama para las crías. Hay que eliminar relleno que dispuesto en cada grieta y agujero, hasta que logra uno apreciar el tamaño de la invasión. No describiré lo que se siente al darse cuenta que las propias ropas, el pelo, todo uno huele ahora a nido de rata.

Las ratas son parte de nuestra vida cotidiana. Pero cuando se deja crecer un nido de ratas se multiplican en forma incontrolable. No puedo dejar de pensar, además, en su enorme capacidad de supervivencia. No se si recuerdan la escena de la película Titanic de James Cameron, en que los pasajeros de tercera clase siguen a las ratas para encontrar la salida de los niveles inferiores del barco donde son casi, casi prisioneros. La razón por la que las ratas han aprendido a vivir con nosotros, los seres humanos, es su enorme adaptabilidad a diferentes condiciones, sean en barcos o bodegas en un jardín. Su rápida reproducción los vuelve modelos ideales para los estudios biológicos, y es también el motivo por el que la vigilancia constante y evitar permitir condiciones propicias para su multiplicación son a fin de cuentas la única forma de evitar que nos invadan. Mi colega Rodolfo Acuña Soto piensa además que tenemos alguna memoria colectiva atávica de terror hacia las ratas porque sabemos que son transmisoras (o vectores de otros modos de transmisión como las pulgas o los piojos) de infecciones mortales como hantavirus, peste bubónica y muy probablemente la cocoliztli, la fiebre hemorrágica que diezmó a los pueblos originarios de Mesoamérica durante las epidemias de 1545 y 1576 (pero más bien, cada 52 años, en lo que se conocía como la maldición de 1-conejo de los antiguos mexicanos).

Los nidos de ratas son parte integral de un equilibrio biológico sumamente estable en donde las oportunidades de alimento que ofrecemos los humanos a los roedores son rápidamente aprovechadas por un organismo particularmente eficiente que se reproduce rápidamente y ofrece esas oportunidades a su progenie. Cuando descubrimos el nido generalmente es ya demasiado tarde, y estamos infestados. La única manera de combatirles en ese momento, además de retirarles las oportunidades de alimentación, es quitar los lugares donde pueden crear nuevos nidos. Las población de ratas disminuye, con frecuencia por mecanismos de canibalismo que prefiero no comentar con detalle, adaptándose a las condiciones de escasez, pero en realidad algunas ratas resilientes sobreviven, y están listas para repetir el ciclo en cuanto surja la oportunidad. Lo mismo sucede con la corrupción. Las oportunidades para robar las arcas públicas no dejan de estar presentes, pero se pueden encontrar mecanismos para reducir el alimento disponible para estos organismos particularmente adaptables, capaces de rápida reproducción, y que destruyen tanto en su paso. Un nido de ratas tiene que ser destruido, sin compasión, y con determinación absoluta, si se pretende mantener al roedor fuera de la casa. Lo mismo sucede con las redes de corrupción. Cero tolerancia hacia los primeros síntomas (el olor y las cacas). Si se encuentra un nido, procesar a sus integrantes con todos los instrumentos legales (destruirlo), retirar materiales abandonados disponibles para la corrupción futura, desinfectar (para eliminar los riesgos de bacterias y virus que creen daños colaterales), tapar los agujeros de entrada y salida, dejar trampas puestas para envenenar a los que osen acercarse a nuestro territorio y mantener una constante vigilancia. Para realizar estos actos heroicos se requiere de mucho valor. O de un cascanueces. En éstas épocas navideñas siempre tenemos en nuestra chimenea una exhibición de cascanueces, que mis hijos han ido coleccionando conforme han pasado los años. Desde muy pequeños los llevábamos a ver diversas puestas en escena del ballet de Tchaikovsky, en producciones que ocupaban todo el rango desde una precaria puesta en escena escolar, hasta una versión gay con tres claras (y sin cascanueces) que vimos en el Barrio de la Misión, hasta la producción clásica del San Francisco ballet. La emoción de mis hijos cuando aparecía el rey de las ratas con sus secuaces sólo era superada por el momento en que el cascanueces entraba en batalla y los derrotaba. Siempre ponemos una rata de peluche como un integrante protagónico, que nunca puede faltar entre todas las figuras del soldadito de madera.

--

--

Alberto Diaz-Cayeros

Mexicano orgulloso, migrante renuente. Economista ITAM y Politólogo Duke. Senior Fellow en CDDRL y Director Centro Estudios Latinoamericanos Stanford University