Mundos que no rara vez se tocan

Alberto Diaz-Cayeros
5 min readJul 8, 2017

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Comparto un secreto para viajeros sofisticados en la Ciudad de México. Si tienen que salir al aeropuerto un viernes en la tarde, solo con maleta de mano– ¡Viajen en metro! Desde los exclusivos hoteles en los alrededores del Angel de la Independencia, pueden llegar a su vuelo en tan solo 45 minutos, si tienen suerte sentados en un cómodo vagón del Sistema de Transporte Colectivo Metro. Les paso otro tip, recuerden que la Estación «Aeropuerto» no los deja bien, tiene que ir a la de «Terminal Aérea» si van a la T1 o a «Pantitlán» si salen de la T2.

Metro Insurgentes. Foto Ariel Ojeda, El Universal

Yo acabo de llegar a Pantitlán, con otros 125,000 usuarios de esa terminal (en un típico día laboral, la estación con más movimiento), y camine 5 cuadras para hacer check-in, en un vuelo retrasado que me permite escribir estas líneas. Lo curioso es que, salvo algunos cuantos empleados del aeropuerto, que sospecho trabajan en las pistas, las cocinas y las bodegas, no vi ningún otro viajero como yo.

El Metro en México transporta más o menos el mismo número de pasajeros al año (1,600 millones) que el de Nueva York o el de Paris. Estoy seguro que los viajeros que compartirán mi avión en unas horas no necesitarían pensarlo dos veces si les dijera que viajen en el metro de Paris o Nueva York para ir al aeropuerto. Pero no lo hacen para el de México.

Rafael Cauduro. El Metro de Paris. Linea 1 Insurgentes

Para los viajeros de negocios quizá un factor que determina no usar el metro es que no pueden comprobar sus viáticos de 5 pesos (menos de 0.25 centavos americanos), mientras que Uber manda recibos en forma electrónica. Quizá no quieren sentirse vulnerables al sacar su laptop o su iPad frente a todos los demás. El taxi de sitio los conduce con plena seguridad (y aire acondicionado) entre el infernal tráfico de viernes de quincena. Sin embargo, no puedo entender como eso pueda ser mejor que viajar por 23 minutos en línea recta una docena de estaciones sobre la línea rosa.

Sospecho que el verdadero motivo es no querer sentirse un extraño, ajeno a los millones que usan el Metro todos los días. El viajero de avión no esta realmente interesado en comprar un audífono marca iPhone con nuevos colores, botón para contestar, volumen, y cordon largo reforzado por 20 pesos. Tampoco le interesan las tijeras para la cutícula o los dos cortaúñas por 10 pesos. Ni siquiera las paletas de a peso de sabor limón, fresa y chamoy. Tampoco quieren salir a la terminal del paradero de autobuses, peseros, y los puestos de mercado y comida a su alrededor. Y quizá caminar cinco cuadras desconocidas sea verdaderamente peligroso.

Vista de Google maps del corredor de comercios para caminar 5 cuadras hacia la Terminal 2 del AICM desde Pantitlán

Para mi, en cambio, ese trayecto de menos de una hora, es un remedio necesario para recordarme de la burbuja en que vivimos ese 1 por ciento tan global, tan cosmopolita. Pase dos días en un salón de conferencias lleno de atentísimos meseros, bocadillos y galletas. Dormí en una habitación igual a la de cualquier hotel de lujo en el mundo, con su televisión plana y sus sábanas blanquísimas. Tomé un mezcal a precios exhorbitantes en un bar lleno de hombres de trajes finos y mujeres de la quinta avenida.

Pero en el Metro me toco hoy ver a dos jóvenes gay que exhiben su cariño frente a las miradas furtivas de los pasajeros. Una familia donde el padre amoroso le dice a su mujer con un bebe en un reboso cosas bonitas para que pueda pasar el rato contenta. Un joven exhausto que regresa a su casa escuchando música a todo volumen en sus audífonos de iphone de 20 pesos. Hago conciencia de que, con la excepción de sus zapatos bien boleados, casi todos los pasajeros visten ropa gastada. Los teléfonos son LG y Samsung, solo uno que otro iPhone en manos de un par de jóvenes.

En el aeropuerto, con el tiempo ahorrado por llegar en Metro, me paseo por una exposición de fotografías, la mayoría de ellas de los años 20s y 30s del archivo Casasola. La exposición se llama Verbena, verbena, jardín de matatena… Distracciones y esparcimiento en la primera mitad del siglo XX. Las fotografías muestran cuan poco ha cambiado en México. Los ricos se distraen en el teatro de revista, el circo, las kermesses y el hipódromo de la Condesa. Van al teatro y en un globo aerostático. Hacen fiestas, nadan en piscinas, patinan y pasean por el parque de Chapultepec. Aún los niños que juegan canicas tienen lustrosos zapatos y están bien vestidos.

Charro y chinas en Santa Anita, Colección Archivo Casasola. 1918. SECRETARÍA DE CULTURA. INAH. SINAFO. FN. MX.

Al retratar el esparcimiento, muy pocas fotografías muestran al otro México, ese que veo en mi trayecto de Metro. Hay una fotografía de una familia paseando en Xochimilco, donde el barquero indígena tiene su camisa y pantalón de manta raídos. Pero me impacta en particular una que muestra la entrada a un espectáculo para niños. Los que están afuera son niños descalzos y mamás cargando bebes en rebozos. Seguramente son los que no pudieron entrar. Aún en la verbena y la fiesta, en ese siglo como en este, seguimos siendo un país marcado por la exclusión.

El trayecto en Metro al aeropuerto, cada viernes que lo puedo tomar, es un buen recordatorio.

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Alberto Diaz-Cayeros

Mexicano orgulloso, migrante renuente. Economista ITAM y Politólogo Duke. Senior Fellow en CDDRL y Director Centro Estudios Latinoamericanos Stanford University