La contingencia democrática que resuelve conflictos

Alberto Diaz-Cayeros
5 min readJun 3, 2024

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“La cualidad que algo tiene de acontecer” es el significado etimológico de la contingencia, que viene de las raíces de una reunión o convergencia (el prefijo con-), unido el verbo tangere, que es “tocar”, como cuando una línea toca a una curva en geometría, y que exista un actor involucrado (dado por el sufijo -encia, como en agencia). En la jornada electoral de México, los ciudadanos — agentes de su propio futuro — se reunieron en una fiesta democrática, tocándose levemente unos a otros, en una contingencia democrática que ha resultado, sin violencia, en la solución de un conflicto fundamental sobre el rumbo futuro del país. Una vez que las urnas cerraron, el resultado de la elección fue contundente.

La jóven Claudia Sheinbaum en una protesta estudiantil en Stanford, durante la visita de Carlos Salinas de Gortari en 1991, invitado al centenario de la fundación de la Universidad

El politólogo Adam Prezworksi caracterizó a ese momento de las urnas, ya hace muchos años, en una democracia, como el “resultado contingente de conflictos”. La democracia es una de los mecanismos políticos con los que se puede resolver el problema fundamental de quién debe detentar el poder. Existen otros mecanismos, como las monarquías hereditarias, los golpes de estado, o la hegemonía partidista. Cuando hay democracia, en lugar de autoritarismo, una facción o grupo no puede evitar que se dé un resultado en contra de sus intereses. México es un régimen democrático. AMLO no podía evitar la posibilidad de que ganara Xóchitl Gálvez, o algún otro ciudadano, en lugar de Claudia Sheinbaum.

Los sondeos de opinión indicaban desde hace tiempo que las preferencias electorales favorecerían a la candidata de la coalición liderada por MORENA. Nos dice sin embargo también Przeworski que en la democracia existe “incertidumbre institucionalizada”. No es sino hasta que termina la jornada electoral que se puede afirmar que los ciudadanos mexicanos eligieron, el 2 de junio, a Claudia Sheinbaum. El triunfo no sucedió cuando alguien dijo que ganó (las posiciones retóricas son muchas veces simplemente parte del juego de posicionamiento competitivo) o cuando una candidata concedió su derrota (aunque la concesión es una norma muy importante en la armonía de un sistema democrático), sino en el momento en que la institución a cargo de las elecciones, en el caso de México, el Instituto Nacional Electoral (INE), declaró la ganadora.

Resultados del PREP, Programa de Resultados Electorales Preliminares, del INE a las 11 de la mañana hora del centro del día después de la elección, con 86 por ciento de las actas contabilizadas

Millón y medio de mexicanos se encargaron de que la jornada electoral fuera ejemplar. Y una mayoría de mexicanos decidió ayer llevar a la Presidencia a una mujer, científica, convertida en política profesional, que representa a un movimiento social y un partido político con una enorme popularidad. El voto popular es el ingrediente esencial de la democracia. En la democracia representativa, sin embago, el voto en sí no implica un mandato. No asegura que Sheinbaum continúe con el programa de AMLO, quien dejará pacíficamente las riendas del poder. Existen fuertes señales que indican continuidad con el proyecto de gobierno anterior, pero la popularidad electoral de Claudia puede significar cambio, dentro de la continuidad del proyecto de la 4T. En las contiendas del Senado y el Congreso y sus composiciones, habrá mayoría calificada, que permite cambios a la Constitución. El gobierno entrante, sin embargo, tendrá que seguir construyendo mayorías. En una democracia los legisladores, incluso de la propia coalición, pueden ejercer contrapesos o apoyos al poder de la Presidenta. A menos que hubiera un cambio Constitucional radical, en México seguirá existiendo un régimen federal, que ofrece espacios políticos a las minorías de los partidos políticos derrotados, no obstante la dominancia patente de una de las ofertas políticas.

Hay que recordar que la democracia, como afirmaba Karl Popper, no asegura que del proceso político surjan decisiones racionales, o que se adopten las mejores políticas públicas. Pero la posibilidad de elecciones competitivas en el futuro es la mejor garantía que hemos sabido crear hasta el momento, en los sistemas democráticos modernos, para disciplinar a quienes detentan el poder. El poder del ganador es sólo temporal. Ya habrá oportunidades futuras para que los perdedores compitan de nuevo. La gran amenaza del momento presente es, entonces, que ante un resultado electoral tan aplastante, quienes detentan el poder utilicen el poder mismo para asegurarse de mayor poder.

Esto se conoce como el riesgo de los rendimientos crecientes al poder. La labor fundamental de la oposición, hasta que tengan una nueva oportunidad electoral, es asegurarse que, por medio de persuasión retórica, argumentos y evidencia, estrategias legislativas, debate inteligente, nuevas propuestas de políticas públicas, y difusión de ideas entre la población, frenen los instintos autoritarios de un partido y una coalición que llega al poder con tanta popularidad.

La contingencia electoral en México es, no obstante sus riesgos, un motivo de celebración.

Para la generación a la que pertenezco, la democracia nunca fue obvia. Para la generación de mi madre, que apenas recibió el derecho a votar en 1955 (mi madre solía votar por cualquier candidata mujer que apareciera como opción en la boleta), no era tampoco obvio poder llegar a un momento de decidir entre dos mujeres para la Presidencia. Para los cientos de miles de víctimas de la violencia en México, haber resuelto el problema de cómo repartir y compartir el poder, sin matarse entre contrincantes o morir en el proceso, tampoco es obvio (a nivel local esto no es cierto, con las docenas de candidatos asesinados en este proceso electoral).

Los problemas que enfrentará la nueva administración son gigantescos. No es envidiable la tarea que le queda adelante a la nueva administración federal, que tendrá que balancear muchos imperativos, incluyendo encontrar formas de reducir la violencia, crear oportunidades económicas y reducir la desigualdad, la discriminación y las muchas formas de polarización — económica, social, cultural y política — que caracterizan el México de hoy. La democracia, a través de la competencia, hace posible que candidatos que quizá nunca imaginaron llegar al poder, puedan hacerlo (por supuesto que esto es una espada de dos filos, pues lo mismo puede llegar al poder una Claudia que un Bukele, si los electores así lo deciden). Pero quiero quedarme reflexionando sobre la improbabilidad de un triunfo de Claudia si se contempla desde la perspectiva de hace tres décadas.

Miro la imagen en el periódico de Stanford en 1991, de una joven mexicana protestando, como ahora lo hacen estudiantes en los campus universitarios sobre la guerra en Medio Oriente, porque sueña con un país distinto. El cartel que sostiene Claudia habla de comercio justo y democracia. Está acompañada por otros jóvenes, que le recuerdan al Presidente de México que los muertos no pueden votar. Recordemos que en México nos faltaron un millón de votos, pues no votaron las 800,000 víctimas del COVID19 y los casi 200 mil muertos y desaparecidos de la violencia criminal. Otro cartel nos recuerda que ninguno de nosotros quiere vivir bajo una “dictadura perfecta”. Esa Claudia, sosteniendo un cartel, frente al hombre más poderoso de México, mostrando su voz, su valentía y su indignación, es en la que quiero pensar el día de hoy.

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Alberto Diaz-Cayeros

Mexicano orgulloso, migrante renuente. Economista ITAM y Politólogo Duke. Senior Fellow en CDDRL y Director Centro Estudios Latinoamericanos Stanford University