Deplorables y el insurgente populista
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Es difícil saber, estando en California, qué estado de ánimo domina en los millones de votantes que están ejerciendo su derecho ciudadano el día de hoy. La campaña, que afortunadamente terminó, culminando con las elecciones presidenciales el día de hoy, ha sido una fuente de frustración, incredulidad y simplemente desconcierto, para la mayor parte de mis amigos y colegas. En California realmente no entendemos las poderosas corrientes de indignación y desconfianza hacia el sistema político americano que llevaron a la insurgencia política de Trump. Estamos en una región en el corazón de la nueva economía de servicios e innovación. Aún en sectores dislocados por la globalización o los cambios tecnológicos, en este estado los hombres blancos de edad mediana de la clase trabajadora han encontrado nuevas oportunidades que, aunque mal pagadas e inseguras, por lo menos les permiten vislumbrar que pueden mantener cierto nivel de vida, y quizá preparar un mejor futuro para sus hijos.
En buena parte de los estados donde Trump tiene su apoyo más férreo esta no es la percepción. Los inmigrantes somos percibidos como un peligro, y como lo han resaltado Marisa Abrajano y Zoltan Hajnal en su estupendo libro White Backlash, la polarización entre un electorado latino e inmigrante cada vez más tendiente a votar Demócrata, y un electorado blanco con fuertes tendencias nativistas, apoyando al partido Republicano, ya se veía venir desde hace tiempo.
Asustados como hemos estado muchos de quienes simpatizamos con el Presidente Barak Obama y la candidata Hillary Clinton de una mínima posibilidad de un triunfo de Trump, la realidad en el mundo es que éste tipo de candidatos con frecuencia tienen éxito. Basta pensar en el ascenso de Silvio Berlusconi quien dominó la política italiana durante 15 años, provocó el colapso de un sistema de partidos políticos corruptos y anquilosados, y logró sobrevivir políticamente escándalos mujeriegos, de corrupción y a veces simplemente banalidad en el poder. Este “tipo” de político ha surgido con frecuencia en América Latina, populistas como Chávez en Venezuela o Correa en Ecuador, pasando por las frivolidades de las distintas versiones del peronismo en Argentina. En democracias como Hungría y Filipinas han logrado ascender al poder jefes de estado racistas, demagógicos y anti-liberales.
Y sin embargo, el prospecto de que un candidato como Trump haya logrado avanzar hasta este punto en Estados Unidos, con la fortaleza de instituciones con 240 años de consolidación (no obstante la interrupción de una Guerra Civil) y una sólida cultura cívica de tolerancia, respeto a las minorías y confianza interpersonal nos deja a muchos verdaderamente perplejos. Sin embargo éste problema ya lo venía advirtiendo en su monumental obra que pretende actualizar nuestro entendimiento del orden político y la institucionalización mi colega Francis Fukuyama. En el segundo volumen de su último libro buena parte de la discusión se centra en el problema de la decadencia política, cuando las burocracias dejan de ser efectivas, los presupuestos no pueden ser instrumentos de cambio social, y las políticas públicas no dan cabida a la innovación. Para Fukuyama Estados Unidos había llegado a una “vetocracia”, con un sistema político en franco declive, antes de la llegada del fenómeno de Trump.
En última instancia los votantes harán su deber cívico sin menores percances el día de hoy. Las elecciones contarán cada voto, y habrá muchos mecanismos de vigilancia ciudadana de los comicios. Pero el prospecto de que el perdedor no acepte su derrota puede sumir a la primera presidenta de Estados Unidos en una crisis de gobernabilidad profunda.
Buena parte de los ciudadanos que apoyan a Trump lo hacen por racistas, xenófobos y misóginos. Pero otros lo apoyan por que piensan que el sistema es corrupto y está descompuesto, más allá de cualquier remedio. Y muchas de las características del diseño institucional que permiten que el poder no pueda ser concentrado en una sola persona se han convertido en obstáculos para ganar credibilidad de los ciudadanos.
El anacrónico Colegio Electoral y la descentralización extrema de la administración de las elecciones y las reglas de los procedimientos tampoco ayudan, pues al ser una administración electoral tan imperfecta (comparada con el INE en México, o prácticamente cualquier otra democracia del mundo), siembra además suspicacias entre muchos votantes, que de por sí no confían en su gobierno.
Hoy celebro la fiesta democrática en curso en Estados Unidos. Millones de personas acuden a las urnas por que saben que pueden decidir el futuro de la nación más poderosa del mundo. Pero otros millones acuden porque han perdido la esperanza de que las instituciones y los procedimientos políticos convencionales pueden ofrecerles algo. Estos son los “deplorables”, que cuando fueron calificados como tales por Hillary, se indignaron sin saber que el origen de la palabra es el llanto. Es decir, en su sentido original son deplorables porque nos debería de conmover a todos los demás, al punto del llanto, saber a qué grado se han descorazonado de que la política y la democracia, con sus normas de respeto y tolerancia, puede ofrecerles un camino de mayor prosperidad y un futuro mejor para sus hijos.
Aunque pierda la elección quien claramente es un candidato incompetente e incapaz, esto no remediará el profundo malestar social que sufren millones de ciudadanos americanos. Y las instituciones de la democracia americana continuarán desempoderándolos, preparando el camino para el próximo insurgente populista, una vez que Trump sea derrotado.